La vida y la doctrina de Jesús



En su niñez, llamaba Jesús su Padre á Dios.

Vivía entonces en Judea el profeta Juan, que anunciaba la venida de Dios á la tierra: decía que si mudasen los hombres de manera de vivir, si se tratasen como iguales, si no se ofendiesen y se ayudasen mutuamente, bajaría Dios á la tierra y establecería en ella su reino.

Después de oír estas predicaciones, retiróse Jesús al desierto para meditar acerca del sentido de la vida y las relaciones entre el hombre y el principio infinito de todas las cosas, llamado Dios. Jesús reconocía como Padre suyo aquel principio infinito, al cual daba Juan el nombre de Dios.

Cuando hubo permanecido muchos días en el desierto, pasando hambre y sin alimentarse, pensó Jesús:

- Siendo el hijo de un Dios omnipotente, debo de ser tan poderoso como Él; pero tengo hambre, y sin embargo, no puede mi voluntad proporcionarme pan; luego no soy todopoderoso.

É inmediatamente añadió para sí:

- No puedo transformar en pan las piedras, pero puedo abstenerme de comer pan. Por consiguiente, si no soy poderoso por la carne, lo soy por el espíritu. Puedo vencer la carne: luego soy hijo de Dios, no en el cuerpo, sino en el espíritu. De modo, que si en espíritu soy hijo suyo, puedo despojarme de mi carne y destruirla. Pero, por otra parte, mi espíritu nació con envoltura corporal por voluntad de mi Padre, y no puedo oponerme á su voluntad. Por lo tanto, si no puedo satisfacer los deseos de la carne, ni despojarme de ella, debo servirla y gozar de cuantas satisfacciones me proporciona.

A esto hízose la siguiente objeción:

- Ni puedo satisfacer los deseos de mi carne, ni puedo reducirla, pero como mi vida es omnipotente por el espíritu de mi Padre, debe mi carne servir á ese espíritu únicamente: á mi Padre.

Y convencido de que la vida del hombre depende del espíritu del Padre, dejó Jesús el yermo y empezó á predicar su doctrina.

Decía que el espíritu estaba en él, que quedaba abierto el cielo, que se habían unido á las del hombre las fuerzas celestiales, que empezaba para todos una vida infinita y libre, y que los hombres en su totalidad, por desdichados que fuesen, podían ser felices.